Recordaba mis buenas sensaciones en Jaén, mi carrera de montaña más larga hasta la fecha y desde luego la carrera más de montaña hasta el momento. 36 km y 4400 m de desnivel superados con buenas sensaciones, calor, soledad y emociones positivas del 30 hasta la meta. Sólo algunos amagos de calambre ensombrecieron la para mí perfecta jornada en la montaña. Así y todo finalicé en el primer tercio de corredores. Recordaba Cuenca, la primera carrera de montaña de verdad, Fernán Caballero, la primera carrera de monte de mentira y todos los entrenamientos y pruebas en las que había participado de mejor o peor manera.
Allí tumbado fantaseaba con el momento de entrar en meta, y esa fantasía me ayudó a terminar y superar los malos kilómetros que me tocaron. Tengo algunas excusas, que no son más eso, excusas, para intentar explicar la realidad: mucho calor y húmedo (bueno, calor hace aquí e hizo en Jaén, y además no tuve problemas musculares aquí y sí allí) no había descansado lo suficiente (bueno, nunca lo hago) puede que fuera pasado de forma o sin haber entrenado lo suficiente, no lo sé, tome geles que no me sentaron bien... pues no lo sé. El caso es que entre el km 30 y 37 y pico no podía comer ni beber y hasta que no vomité un par de veces no pude volver a tomar agua e isotónica y volver a correr. Para entonces mi objetivo de tiempo se había esfumado y sólo me quedaba empeñarme en terminar. Y terminé, lejos de mi objetivo, en 6 horas y 14 minutos.
Durante esos km no recuerdo las emociones que me acompañaron, tan sólo pensaba en avanzar y me preguntaba qué narices me había pasado para no poder comer ni beber y encontrarme tan mal (mi estómago no tiene por norma dar problemas digestivos y no suele ser delicado con lo que le llega) sorprendentemente no pensé en abandonar en ningún momento.
Las contradicciones llegaron después, cuándo volví a beber y poder correr y sin embargo mi cabeza se negaba a dar la orden a mis piernas para que corrieran. Tristeza, alegría, frustración, nerviosismo, lágrimas, sonrisas, todo agolpado y sin tiempo para asimilarlo en los escasos 3 kilómetros que me quedaban. Entre en meta contento y casi llorando, fuerte pero frustrado, abatido aún sabiendo que debería estar eufórico y sin ganas de celebrar nada.
Más de 9 horas sólo, primero en el coche, luego en el autobús y después en carrera dan para muchos pensamientos y miedos. Después, El tiempo ha ido poniendo las cosas en su lugar, la frustración ha dado paso a la satisfacción y la tristeza a la tranquilidad. Ahora puedo valorar y evaluar que hice bien y qué mal, porque al final las excusas, excusas son, y en cualquier caso, excepto el calor, estaba en mi mano. Y eso tiene su lado bueno, se puede cambiar.