Ayer, andando perdido, te encontré. Caminabas entre sonrisas, luminoso y feliz, rodeado de todos esos colores que emanas cuando respiras, todos esos colores que me inundaban cuándo me mirabas. Y de repente, decenas de imagenes tuyas, mías y de los dos, azotaron mi mente recordándome lo que yo no quise que fuera, o lo que yo no pude ser.
Ayer te ví, y me escondí tras la primera esquina. Nisiquiera miré atrás. Asustado y nervioso, casi ansioso, como un adolescente cuándo ve a su primer amor en cualquier banco de cualquier parque, sentado, hablando de sueños y miedos. Después, pasé más de siete veces por el mismo sitio, esperando verte de nuevo, y deseando ser capaz esta vez de no escapar ante tu presencia.
Pero ya no estabas. Igual que yo no estuve la última tarde de agosto. Culpable, engañado e invadido por mentiras y miedos. Fue, y es, una historia imposible. Entonces yo convertí mi primer amor en mi primer desamor. Yo fui infiel a mis sentimientos y te saque de mi vida, o me salí de la tuya. Ahora tu no estás aquí, navegas por lugares diferentes, sin nada que esconder, enamorado y vivo.
Aquí, todo sigue igual.
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